La sensibilización social sobre el consumo y reciclaje de
plásticos (bolsas de la compra, envases, botellas, embalajes, latas,
tetra-bricks…) se encuentra en una fase de crecimiento. Las llamadas “islas de
basura” como la que se encuentra en el Pacífico, y que nos han arrojado
imágenes de un océano convertido en un vertedero de plásticos marino, o las impactantes
fotografías de animales contaminados que no han podido sobrevivir a esta
amenaza, han llamado a la puerta de nuestra conciencia.
Las acciones llevadas a cabo por grupos ecologistas se centran en proteger nuestro entorno (fauna marina incluida) pero ¿sabías que los afectados también somos nosotros?. Un estudio reciente de la Universidad de Heriot-Watt (Escocia) ha concluido que en cada comida ingerimos alrededor de 114 microfibras de plástico. ¿De dónde provienen? ¿Cómo llegan hasta nuestros platos? ¿Están los alimentos contaminados?
Lo más sorprendente del estudio fue descubrir que no se trata de microplásticos que provienen de la ingesta de alimentos frescos, como pescado o moluscos. En su mayoría, las microfibras se encuentran en el polvo de los hogares y provienen de las alfombras, moquetas, tapicería de sofás y ropa, principalmente lana. Estos objetos arrojan pequeños trozos de plásticos que quedan suspendidos en el aire y que acaban en nuestra comida de manera imperceptible. El estudio ha estimado un consumo anual de más de 68.000 piezas.
La investigación
que quería contrastar la cantidad de microplásticos que ingerimos a través de
los mejillones con la que comemos a través del polvo, concluyó que la primera
es mínima comparada con la segunda. Agua del grifo, cervezas, aire, son solo
algunos de los focos de este problema del que todavía no se saben las
consecuencias para la salud humana, pero que solo la reducción del uso del plástico
podría evitarlo.