El cambio climático está propiciando un aumento de la temperatura global del planeta que impacta directamente sobre nuestro ecosistema: el deshielo de la Antártida es una realidad, pero también la intensificación de situaciones climáticas extremas, como la sequía y de la desertificación.
Este es el caso de África y, más concretamente, del lago Chad, situado entre Chad, Níger, Nigeria y Camerún. En las últimas cuatro décadas, el lago Chad ha perdido entre el 80% y el 90% de su capacidad. Además de las consecuencias medioambientales que ocasiona esta situación, de afectar a la pesca y a las tierras cultivables, está provocando conflictos entre los grupos armados del territorio, grupos a los que se suman personas que buscan otros ingresos para subsistir.
El lago Chad es un ejemplo paradigmático de la lucha por los
recursos primarios, cada vez más escasos, que puede provocar el cambio
climático tal y como explica la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el
Delito (ONUDD). En este sentido, el informe “Climate and conflict” de 2015 estima
que por cada grado centígrado que sube la temperatura, los conflictos
interpersonales pueden aumentar un 2,4 %, y los choques entre grupos más de un
11%. Este mismo estudio señala Afganistán como otro país en el que se está dado
esta clase de conflictos medioambientales: el 70% de los crímenes que suceden están
motivados por la disputa por la propiedad de la tierra.